La mesa redonda ‘Mujeres, tecnología y empresa’ puso de manifiesto las escasas directivas que aún hay y lo difícil que lo tienen ellas en determinados sectores. Cristina Fanjul, Vanda Martins y Marina Amorés, moderadas por Cristina Tuero

OLGA ESTEBAN

El patriarcado lo ha hecho tan bien que cuando hablamos de cuotas pensamos que sirven para poner a mujeres mediocres en puestos de hombres muy cualificados, cuando es justo al revés. Las cuotas han permitido que mujeres ultracualificadas lleguen donde había hombres mediocres. Nosotras no tenemos permiso para ser mediocres, pero a ellos sí se les permite». Fue, sin duda, una de las frases más contundentes de la jornada y la pronunció la ponente más joven, Marina Amorés, comunicadora especializada en videojuegos y organizadora del ‘Gamming Ladies’. Amorés participó en la primera mesa redonda de la mañana, ‘Mujeres, tecnología y empresa’. Moderada por Cristina Tuero, jefa del área de Internet de EL COMERCIO, la reunió sobre el escenario con Cristina Fanjul, directora de CEEI Asturias, incubadora de iniciativas de apoyo al emprendimiento innovador y tecnológico, y Vanda Martins, directora general de la Fundación EdP de España y Portugal. El perfil de Amorés era muy distinto al de las otras dos ponentes y ella ya lo dejó claro desde el principio, al sentirse alejada de las cuestiones de desarrollo profesional y maternidad, por ejemplo, que habían expuesto. Ella es, aclaró, una milenial. Y su discurso y su lenguaje, distintos.
El debate lo había abierto Vanda Martins, más que portuguesa, «ibérica, española de lunes a viernes y portuguesa los fines de semana». Más de quince años lleva en EdP. No fue fácil, admitió. «Viví situaciones diferentes, voy a decirlo así». No quiso poner otros adjetivos. «Pero mis padres me habían inculcado que tenía que defender mis derechos» y eso es lo que hizo. Habló Martins de un sistema, el actual que «ya no funciona», de la necesidad urgente de «hacer cambios profundos» en la sociedad, porque «el futuro debe ser cada vez más femenino». Todo ello pasa, sin duda, por las políticas públicas pero también por «la responsabilidad de cada una de nosotras, que tenemos que poner los límites y decir no a determinadas cosas». Un cambio que pasa también por «la educación, en la escuela y en casa. Si el niño o niña ve que la madre es la que tiene una mayor carga familiar es lo que reproducirá en el futuro». La mujer, defendió quien se ha acostumbrado a liderar equipos y darles siempre un toque femenino «porque soy mujer», debe tener tiempo para la familia, para una misma y para su profesión. «Tienes que tener la libertad de elegir». Y Martins hizo un importante llamamiento, que muchas voces han expresado también en estos últimos días con motivo de las campañas en contra de la violencia de género: es necesaria la intervención de los hombres. «Ellos deben asumir lo femenino en su día a día».
La cuestión es que aún a día de hoy el 70% de los directivos son hombres. Por lo tanto, son ellos quienes toman las decisiones, quienes tienen las riendas y el control.
Pocos proyectos
Cristina Fanjul se expresó en la misma línea. Desde su experiencia, sabe que dos tercios de los proyectos que llegan a la incubadora de iniciativas que dirige están lideradas por hombres. No solo que sea un hombre el cabeza visible, sino que no hay una sola mujer en el equipo principal. Hay más nombres de mujer en sectores como la Biotecnología o la Medicina, pero no en la medida que sería de esperar en unas ramas donde ellas son una amplísima mayoría en las aulas, por ejemplo. Fanjul quiso también desmontar un mito: «Se piensa en el autoempleo como una manera de conciliar, pero no es la fórmula».
La experiencia de Marina Amorés queda lejos. Más joven y con distinta mentalidad, admitió que se hizo feminista «por reacción». Amante de los videojuegos gracias a haber compartido afición con su padre desde pequeña («jugaba conmigo, no me dejaba con la máquina como si fuera una niñera», matizó), empezó pronto a darse cuenta que, cuando se trataba de jugar en red con otros, no estaba bien vista. Era una chica y no era bien recibida. Defensora de los videojuegos, que a ella le han servido para aprender historia o narrativa, entre muchas otras cosas, decidió luchar con el feminismo como arma contra quienes «no me trataban bien». Cansada de que las mujeres «tengamos que pedir siempre las cosas por favor, casi de rodillas», buscó su hueco y se convirtió en activista. Redes sociales, eventos, un libro titulado ‘¡Protesto!’. «Esto va de visibilizar, sí, pero también de alzar la voz, de reivindicar, si no, no habrá cambios».
Por eso, frente al discurso más pausado de Fanjul y Martins, ella habló del «ambiente tóxico» que viven las pocas chicas que se deciden a formarse como desarrolladoras de videojuegos y del papel que la Universidad debería jugar para «acoger» a esas alumnas y «evitar el acoso y abuso sexual».
«La diversidad aporta y todos salimos ganando», aseguró. En cuanto a los roles femeninos que los videojuegos dibujan, Amorés aseguró que antes de llegar a ese debate hay que favorecer que las chicas jueguen primero y después se conviertan en desarrolladoras.
Fanjul y Martins coincidieron en la necesidad de alcanzar un compromiso no solo social, sino individual también. Ambas reivindicaron un futuro en femenino, incluso un futuro «mejor, en el que podamos prescindir de etiquetas», una «sociedad más justa y equilibrada». Amorés, por su parte, abogó por un «futuro formado en feminismo».